Tercera estación: Primera caída del Señor.

Cuando subimos la cuesta del Calvario desde su punto de partida, calle de San Pascual, hasta llegar zigzagueando, como hacen los ciclistas cuando suben un puerto difícil, agonizando, hasta la base de la ermita, podemos dar muchos traspiés, caer muchas veces. La verdad es que podríamos subir por las escaleras que van, paralelas a la verja que separa el Calvario del Parque de la Creu. Pero claro, si se trata de hacer el Camino del Calvario, se tropieza ineluctablemente.

Cristo cae por primera vez. Ha tropezado en una piedra de las muchas que hay sueltas. Ha dado violentamente con sus rodillas en el suelo. La cruz pesa terriblemente sobre las azotadas espaldas. Su rostro, aureolado por nimbo blanco de la divinidad, participa bastante de la cara de los Cristos venecianos, se acerca a la cara de los Cristos barrocos de madera policromada de Gregorio Fernández, que despiertan la piedad del que los ve, incluso se pueden atisbar rasgos expresionistas del tremendo Cristo con la Cruz de Karlsruhe de Matías Grünewald.


Un sayón se empeña en meter su hombro bajo la cruz para levantarlo, otro tira de ella con gran esfuerzo hacia arriba; dos compasivos hombres tratan de ayudarle piadosamente, quizás con lágrimas en los ojos manando por el inocente. Delante de Cristo, un fariseo, sepulcro blanqueado, tocado con un turbante, brazos en jarras, en un leve contraposto, calzado con ricas botas de cuero, mira insensiblemente al condenado, en la misma actitud esteticista con que se adorna un torero antes de que el toro, una vez martirizado y ya en el suelo, muera del todo.

Detrás de la cruz, va otro reo semidesnudo y maniatado, quizás uno de los dos ladrones, al que le sigue otro personaje enigmático que sale de la puerta monumental. Esto ocurre ante un arco de triunfo premonitorio del triunfo final, por el que acaba de pasar la comitiva, arco de triunfo sencillo, menos lujoso que el del Pretorio, con enjutas desnudas y columnas jónicas adosadas. A través del arco se puede ver, allá lejos, el cielo.

A nuestra derecha, campo libre, con nubes blancas finas y alargadas. Una bandera se mueve empujada por el viento. Y en el horizonte bajo, donde la sierra y el cielo se juntan, lejos, un pino grande de ancho vuelo de la sierra de Santa Pola.
Cristo se levantará y seguirá adelante, hasta el final.


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