Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.

La décima estación del Calvario de Santa Pola presenta la escena con Cristo en un segundo plano, en alto, despojado ya de la capa azul y la túnica roja, con una túnica blanca que le deja al aire el cuello y los hombros.

Un verdugo, por el lado izquierdo, le quita la túnica blanca, en los prolegómenos de la crucifixión. Jesús ha rechazado ya el vino con hiel o con mirra que le habría calmado los terribles dolores que padece y los que vendrán a continuación.En la parte izquierda, viendo el expolio, tres personajes nos dan la espalda. Uno, calvo, con blanca gorguera, vestido de marrón, que levanta la mano. Otro con turbante y capa azul. El tercero, con turbante blanco, mantiene en alto la cruz con su mano izquierda. Los tres nos producen una sensación turbadora al no verles el rostro. No sabemos si son amigos o enemigos, si se duelen de la enorme tragedia que se está produciendo o si van a dormir tranquilos cuando muera este agitador que ha estado molestando insistentemente con sus predicaciones, su ejemplo y sus profecías desde hace tres años.

Unas piedras agrestes, dignas de las piedras de los elementales paisajes del florentino Giotto y una vegetación algo más elaborada que la que nos ofrece el amigo de Dante en la capilla de de los Scrovegni en la iglesia de la Arena de Padua, sostienen parte de la escena.

La sumaria vegetación podría representar unas anacrónicas chumberas espinosas de las que hay en las laderas de algún barranco próximo al Calvario.

El artista cerámico nos presenta al Cristo en un contrapicado que lo resalta ante nosotros, patentizando su humanidad.El nimbo sagrado apenas resalta la dolorosa corona de espinas.

En su cara canónica dibuja unos ojos cerrados que asumen amorosamente lo que ha pasado y lo que tiene que ocurrir. Cómo duelen las rejas que protegen la hornacina que alberga la estampa.

Un Expolio tratado de manera distinta es el del Greco de la catedral de Toledo: Cristo, en el centro de un cuadro rectangular manierista, destacado por una túnica roja, mira con expresión mística al cielo, con la delicada mano derecha sobre el pecho, atada a la cuerda empuñada por uno de los verdugos, rodeado de una agitada e impenetrable turba inmisericorde de soldados y sayones sobre los que sobresalen amenazadoras lanzas y alabardas. En primer plano, en el ángulo inferior izquierdo, tres santas mujeres, las tres Marías, que el artista se atrevió a incluir en el cuadro. En el ángulo inferior derecho, en fuerte escorzo, otro de los verdugos barrena con esfuerzo un tablón de la cruz. Todo ello dentro de una atmósfera asfixiante que no permite la huida de nuestra mirada por ninguna parte.

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