Décimo primera estación: Cristo es clavado en la Cruz.

Dice Juan que "allí le crucificaron". Lucas varía muy poco: "le crucificaron allí". Marcos se muestra algo más explícito, "le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver que se llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando le crucificaron". Mateo insiste: "Una vez que le crucificaron, se repartieron sus vestidos, echando a suertes". Todo ello certifica las profecías. Se han cumplido los pronósticos. Eran acertados los augurios.

La Cruz está preparada. Tumbada sobre las duras piedras. Han tendido a Cristo sobre el madero, ya semidesnudo. La desordenada túnica blanca le tapa sus partes íntimas. Un sayón lo sujeta fuertemente por los brazos. Tiene el tórax y los hombros desencajados por el terrible esfuerzo realizado y las torturas pasadas, todo el cuerpo lleno de eléctricos calambres, los pies y las manos dispuestos a los desgarradores clavos, mientras que el fariseo del turbante grande, de las ricas ropas, de las buenas botas de cuero, junto a una escalera de madera que levanta otro personaje del que asoma nada más que un brazo, se muestra en todo su egoísmo ante un tema tan duro, brazos desafiantes en jarras, hinchado como un pavo, en un desplante como el que los toreros manifiestan ante el toro que se muere.

Tras este odioso personaje dos alabardas renacentistas nos recuerdan la presencia de la Roma imperial en el drama. Más al fondo, lejos, sobre unas rocas redondeadas, otro judío, túnica, turbante, capa, sufre y espera el desenlace.

En la parte izquierda de la escena, recortándose sobre la cara sufriente y macilenta de Cristo, al fondo, una torre redonda de la mole de la fortaleza Antonia, nos golpea duramente.

Más lejos, casi indefinida, una sierra de formas suaves. Por encima del horizonte unos cúmulo-estratos muy densos dejan ver una veta de cielo azul que recorre casi toda la escena en sentido horizontal.

Cristo está tendido sobre la cruz. Está preparado. Espera las heridas de los clavos que lo sujeten a la madera antes de sea verticalado dolorosamente. El artista cerámico nos atropella, golpeándonos, con el expresionismo tremendo de los Cristos góticos, incluso con el del durísimo Crucificado del alemán Matías Grünewald. La capa azul del reo, sin que sepamos a quien le ha tocado en el sorteo, aparece por los suelos, a los pies del fariseo imponente. Al momento el reo será izado.

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