Novena estación: Tercera caída del Señor.

Cristo ha caído por tercera vez. A la tercera va la vencida. Esto no puede durar mucho. La cruz pesa terriblemente.

F. Tolosa nos ofrece una tremenda estampa.

Cristo ha caído de bruces a tierra, sobre las piedras, sobre la materia orgánica, los trozos de cerámica, las latas aplastadas, los vidrios de botellas rotas.

Cristo está en el suelo ya semidesnudo, sin compostura en la túnica roja ni en la capa azul, mientras que dos sayones intentan ponerlo de pie. Uno de ellos con el torso al aire, de espaldas, con una espina dorsal amenazadora, con un desconchado en la cabeza que recuerda La Pedrada de Gabriel y Galán; el otro, de frente, turbante a la cabeza, fuertes brazos.

Hay banderas al viento, en una de ellas grabada la S del Senatus Fopulusque Romanus, picas, lanzas, alabardas. Un fariseo serio, como amargado, lleva en sus manos el INRI, que ha cambiado de manos ya en más de una ocasión a lo largo de las estaciones por la que hemos pasado.

Cristo, con la mirada de cordero víctima que ofrece el cuello para el sacrificio, con otro impacto de piedra en la cabeza, ya no puede levantarse.


Al fondo, a la derecha, formando el horizonte, una mole de monte o de altos edificios amurallados se silueta contra el cielo.

A la izquierda, al fondo, azul de cielo con alguna estría de nube blanca. La reja que protege la hornacina produce un gran agobio.


Se levantará para que se cumpla la redención.


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