Sexta estación: La Verónica limpia el rostro de Jesús.

Cristo con la Cruz a cuestas, Santa Faz divina, se detiene delante de la Verónica, que está de espaldas a nosotros, en el camino del Calvario, ya en las afueras de la ciudad, en las laderas empinadas de la sierra. Cristo ha perdido ya las leves y delicadas sandalias que llevaba en las estaciones anteriores. La Verónica asoma recatadamente un hermoso pie ceñido por una sandalia de tiras de fino cuero.Su capa casi cruje en almidonados y quebrados pliegues dignos de los primitivos maestros flamencos. Extiende con fuertes brazos bien arremangados y decididos el pañuelo con que va a secar por unos momentos el sudor, la sangre, el amargor, la agonía que se avecina en el santo rostro. Tela que la piedad popular sitúa en diversos lugares, en el monasterio de la Santa Faz alicantina, en la catedral de Jaén, en la iglesia del Sagrado Corazón de París... Cristo, hundiéndose bajo la Cruz la mira con piedad, como diciendo lo que hago lo hago por que quiero, para que se cumplan las Escrituras, libremente, por algo que está decidido desde la eternidad.

 

La cara de Cristo podría ser la que le pintan los Nazarenos alemanes. En un segundo plano, yo diría que insensibles a lo que acontece, fariseos imperturbables que fueron anatemizados por el Señor en siete maldiciones, recortándose contra el cielo azul y blanco que se levanta a partir de la raya del horizonte.

Y allá al fondo, tras la cruz de Cristo, siempre presentes, amenazantes, haciendo patente el poder político, algunos legionarios romanos levemente esbozados, una alabarda y dos picas del Renacimiento en paralelo. Una serie de sierras azuladas nos llevan hasta el lejano horizonte. Buscamos en los cuatro evangelios oficiales y no encontramos por ningún sitio el reconfortante episodio de la Verónica con Cristo. Miramos el diccionario enciclopédico: la Verónica, según la leyenda, fue una piadosa mujer que, en el camino de Cristo al Calvario, le enjugó el rostro con un paño, sobre el que quedó impresa la faz del Salvador.

La leyenda de Verónica, cuyo nombre se debe probablemente a la deformación de vera icon (verdadera imagen) parece que no es anterior al siglo VI y que procede de la fusión de un episodio de los apócrifos Actos de Pilato y de otro sacado de Eusebio.

En Roma, una imagen de Cristo sobre tela, el velo de la Verónica", se veneraba en la alta Edad Media, y desde 1870 está en san Pedro del Vaticano. El nombre de Verónica no aparece en el martirologio jerominiano. El tema ha sido tratado por los pintores, aunque muchas más veces la Santa Faz propiamente dicha que la misma Verónica.

F. Tolosa no nos muestra la cara de la Verónica, que está de espaldas, ni el santo velo, en su empeño de mostrarnos la cara divina atormentada. La Santa Verónica del primitivo flamenco Maestro de la Flémalle, quieta, sola, nos enseña el delicado y minucioso paño de lino la imagen tremendamente realista de la Santa Faz divina. El Greco también trata el tema a su manera en varias ocasiones: en una de ellas, la Verónica, también sola, nos muestra el blanco lienzo con la estampa de Cristo.

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