Quinta estación: El Cirineo le ayuda a llevar la Cruz.

El Cirineo, uno que era de Cirene, y no hay más aclaración, ayuda a llevar la Cruz a Cristo. Y es que las cosas son así. Ni Cristo-Dios puede él solo llevar a cabo completamente la enorme empresa que ha caído sobre sus hombros. Escuetamente lo dice la Biblia en el Nuevo Testamento y no hace falta más: "Al salir, encontraron a un hombre de Cirene llamado Simón, y le obligaron a llevar su cruz", apunta Mateo en su Evangelio. Y aclara un poco más Marcos: "Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, al padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz". Lucas confirma: "Cuando le llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús". Juan, el discípulo más amado, no menciona este episodio para nada. Resumiendo: Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, que venía o volvía del campo, que nunca se sabe si se va o si se viene, llevó, de grado o por fuerza, la pesada carga de la Redención, aunque fuese durante un rato.El artista cerámico pintor autor de las imágenes de las estaciones del Calvario de Santa Pola plasma la escena de la ayuda del Cirineo sobre el fondo opresivo de una muralla cerrada a cal y canto, sin ventanas, quizás de la fortaleza Antonia, muralla que, en una esquina presenta una poderosa torre circular que en su parte superior desaparece de nuestra vista.

Más cerca de nosotros, una bandera de color indefinible casi ondea al viento, a la brisa más bien que, quizás, por unos momentos, aliviara el sudor de muerte de la preagonía de Jesús.


Cristo, que cruz a cuestas, túnica roja de los colores de Giotto ya desgarrada en los hombros, cabeza espinada y cara machacada, pie perfecto y delicado asomando por debajo de, la túnica, calzado con una levísima sandalia, es ayudado por Simón de Cirene que coge la cruz por los pies, de grado o por fuerza, de espaldas a nosotros, túnica recogida a la cintura, calzas rústicas y sucias que le llegan hasta los tobillos, pies contenidos en rústicas esparteñas valencianas, que venía, que volvía del campo, después del duro trabajo que siempre han tenido los agricultores fecundando a la madre tierra.

Simón, ya mayor, anciano diríamos, calva redonda y generosa de los personajes mayores de la Pasión, pelo maduro el que queda, entre blanco y gris, cogido de grado o por fuerza, quizás fue la compasión la que le metió de una manera u otra en aquel fregado, al ver el martirio de un hombre, de un inocente, o a lo mejor le valió el salir en los papeles el hecho de ser campesino, pues ya se sabe la consideración que siempre ha tenido la autoridad de todos los tiempos con los miembros del tercer estamento.

Y alrededor de la escena principal que pinta el artista cerámico, judíos casi impasibles tras los que se agitan unas amenazadoras alabardas renacentistas, no sabemos si amigos o enemigos, con diversos turbantes, asisten al drama de Cristo, al esfuerzo de Simón.Junto a la fortaleza, dibujada con buena mano, vemos una pequeña parte de la sierra de Santa Pola en la que se distinguen, borrosamente, manchas de paleras, de chumberas, en una muestra de verdura anacrónica para los tiempos que corrían. Se intuye, más que se ve, entre trazas de verde hierba, alguna humilde florecilla amarilla de la sierra que, franciscanamente, asiste impotente, como un sol minimo, al desarrollo de la tragedia necesaria.

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