Segunda estación: Jesús lleva la Cruz a cuestas.

Jesús ha sido condenado. Las trompetas broncíneas, águilas del sonido, así lo han comunicado a los cuatro vientos. El artista cerámico nos cuenta la escena a su manera. Cristo, capa azul, túnica roja, corona de espinas negras como el dolor, nimbo blanco maravilloso sobre su cabeza, carga voluntariamente con la pesada Cruz.

Todavía, después de la paliza, puede con ella. Va erguido, derecho, con dignidad, pese a los palos que le está dando sádicamente el sayón de la túnica verde con una rama. Delante del Nazareno va el portador del INRI, mirando hacia la izquierda.

El grupo humano de la escena pasa frente a una arquitectura romana de arcos de medio punto, quizás una puerta monumental por la que, al fondo, por encima de una cornisa, un cielo azul mediterráneo, con una algodonosa nube pasajera, nos permite salir de la terrible escena que, empotrada en el fondo de la hornacina, mirando hacia el oriente, nos duele, nos hace partícipes de la tremenda injusticia que se está cometiendo en una víctima inocente.

Nuestros ojos, al bajar la mirada apenada, descubren en primer término una protuberancia de rocas que tapan los pies de Cristo y de los sayones, piedras que muy bien podrían ser las de nuestro Calvario, con sus vidrios rotos, cerámicas destrozadas, restos vegetales y animales.

Detrás del verdugo, aparece la sombra, ligeramente esbozada, de una anónima mujer. De ella solamente distinguimos la túnica, tirando a verde claro, y la cofia blanca, que envuelve, con buena técnica impresionista, una mancha del color de la carne, la cara.

Los dos desconchados que hay en la capa azul de Cristo, a lo mejor producto de impactos de certeras pedradas debidas a atávicas costumbres, nos manifiestan de manera contundente los calvarios que ha pasado el Calvario.


Estaciones: Inicio
www.santapola.com