Décimo cuarta estación: Jesús es puesto en el sepulcro para resucitar.

Termina la tarde. José de Arimatea, valiente discípulo de Jesús, hechas todas las gestiones necesarias ante Pilato, bajado Cristo de la cruz, decide enterrar el cuerpo muerto de Jesús, antes de que empiece la fiesta del sábado. José tiene un campo cerca del Calvario. Y en el campo tiene un sepulcro nuevo excavado junto ala roca. Compra una blanca sábana de lino para sudario. Compra aromas, mirra y áloe. El y Nicodemo, aquél que había ido a ver a Cristo de noche, lo envuelven en la limpia y perfumada sábana y lo ponen en el sepulcro nuevo. Las mujeres que habían venido detrás de Jesús desde Galilea, entre las que estaban María Magdalena y la otra María, la de Joset, fueron testigos del Santo Entierro y del sellado de la tumba. En síntesis, esto es lo que dicen los Evangelistas.

El Entierro reúne a la Virgen, María Magdalena, Juan, y los portadores sepultureros: José de Arimatea, en el lado de la cabeza de Cristo, y Nicodemo, junto a los pies, siguiendo un protocolo conforme el grado de importancia y santidad atribuido a cada uno.

El Entierro de Tiziano del Louvre así lo muestra, transportado a pulso desde la cruz hasta la tumba, en medio de un paisaje con fondo de nubes en que se agotan los últimos rayos del sol.

En el tenebrista de Caravaggio los personajes salen de una negra oscuridad, frente al foco luminoso que se supone fuera del cuadro, sosteniendo el cuerpo mustio e inerte, junto al borde de la fosa. El Españoleto, claroscurista también, muestra el cuerpo de Jesús apoyado en la fría losa.
El edículo que alberga la última estación está en el mismo plano que la ermita del Calvario, a la derecha de la misma, tirando ya para la plaza del Calvario, orientado a poniente que es el punto cardinal de la muerte.

F. Tolosa diseña el tema del entierro de la siguiente manera: al atardecer, luces rojas en el poniente, Nicodemo y dos hombres jóvenes, con gran esfuerzo, depositan cuidadosamente el cuerpo muerto en un sarcófago grande, de mármol, perfectamente labrado, decorado ya con el símbolo acrónico de la cruz.

María la Madre y otra María, quizás la Magdalena, asisten doloridas, no en vano es este dolor el séptimo de la Virgen. Los ojos de todos los personajes convergen en el cuerpo muerto de Cristo, semicerrados, hinchados de tanto llorar.El alicantino Gabriel Miró, en El humo dormido y en Figuras de la Pasión recrea, admirativamente, las de José de Arimatea y de Nicodemo, importantes personajes de este momento de la Pasión y que tanto protagonismo cobran en esta última estación.
El día se apaga. La tarde se muere. Oscurece. Empieza la noche. Resucitará.

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