Primera estación: Jesús es condenado a muerte.

"Cristo fue condenado al suplicio por Poncio Pilato, bajo el Emperador Tiberio", dice Tácito escuetamente en sus Anales. Tras las idas y las venidas, Pilato se lavó las manos y entregó a Cristo a los sumos sacerdotes, a los guardias y al pueblo, para que fuese crucificado. Así lo cuentan los evangelistas. En la primera estación del Calvario de Santa Pola se pinta la escena como sigue.

En primer término, a la izquierda, un personaje, con casco, faldón corto, piernas al aire, pies con calígulas breves, sostiene la cruz, que no se ve toda, con un tono premonitorio de lo que va a ocurrir, de la tragedia que se está gestando. Tras el sayón, casi en azul, intuimos un caballo que se agita nerviosamente y sobre él, una bandera.

En un segundo plano, más lejos, el pueblo excitado, jóvenes y mayores moviéndose, miradas hacia arriba, cabezas y turbantes al aire. La multitud se proyecta sobre una portada concebida como arco de triunfo, de la que se ve un hermoso capitel corintio, muy bien esbozado, y una semidesnuda victoria que casi se sale de la canónica enjuta. Sobre la portada se sitúa una balaustrada renacentista quizás extraída de algún cuadro de la escuela veneciana (Presentación de la familia de Darío a Alejandro Magno, del Veronés).

Tras la balaustrada un grupo representa el inicio del desenlace de la historia de la salvación: un manso Cristo hecho un Ecce horno por el tormento, un potente y barbado Pilato, "Aquí tenéis a vuestro rey", con casco militar, y un judío con turbante. El plano del comienzo del camino del Calvario, inclinado, podría ser el suelo del Calvario de Santa Pola. Las trompetas que suenan desde la terraza nos anuncian el acontecimiento. El potente sonido de bronce rubrica de manera definitiva la sentencia: Cristo es condenado a muerte.

La escena está concebida por el artista a la manera barroca: lo que vemos en la representación tiene una continuidad que no vemos, cortada por los cuatro costados del mosaico. Y eso nos inquieta, acentúa la angustia que sentimos por la muerte de un inocente. La reja metálica con que se protege la estación nos obliga a cambiar de posición para no perdernos detalle de lo que está sucediendo.

Una pequeña araña se descuelga desde el techo de la hornacina, en el interior y, pasando la balaustrada, alcanza la cabeza de un personaje femenino, que se vuelve hacia atrás, violentamente. La mujer joven que mira no sabemos donde parece protestar ante lo que está viendo, aunque quizás no sepa que todo ello es irremediable, que está previsto por Dios desde la eternidad.

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